Después de que se separaron el cielo y la tierra, la diosa Nü Wa viajó por entre ellos. En el cielo maravilloso brillaban el sol, la luna y las numerosas estrellas. En la tierra, las montañas y los ríos eran majestuosos; las flores, las plantas y los árboles crecían exuberantes, y los pájaros, los animales, los insectos y los peces se multiplicaban vigorosos. Reinaba la vitalidad. El regocijo que sentía la diosa por todo este espectáculo, era indescriptible. Sin embargo, sentía que algo faltaba. En verdad, había necesidad de un gran ser que fuera el más inteligente, capaz de labrar la tierra y, en último término, gobernar y guiar a todas las criaturas que se hallaban bajo el cielo. De lo contrario, el mundo acabaría siendo como antes, desértico y solitario, no importa que los paisajes fuesen más pintorescos o que hubiese mayor número de seres. Después de meditar el asunto, Nü Wa se puso en cuclillas y tomó un puñado de arcilla, la que empezó a modelar a su imagen y semejanza. De este modo creó unas pequeñas figuras que podían sostenerse erguidas, caminar y hablar. El gozo de la diosa fue extraordinario. A medida que continuaba modelando, fueron apareciendo sucesivamente grupos de hombres y mujeres que saltaban y gritaban a su alrededor. Nü Wa rió, alborozada.
La diosa bautizó a estas figuras con el nombre de "hombre", porque podían caminar. Como quiso que la tierra estuviera poblada por tales criaturas, quienes tenían el don de la inteligencia y sabían hablar, Nü Wa trabajó día y noche hasta el cansancio. Sin embargo, estos seres no lograban llenar la inmensidad de la tierra. De repente, se le ocurrió una idea: tomó una rama de liana y ató uno de sus extremos a una gran piedra; luego, amontonó arcilla sobre aquélla y comenzó a agitarla sin cesar. A medida que hacía esta operación, la arcilla que iba salpicando se convertía, como por arte de magia, en pequeñas figuras, las que a su vez lanzaban un gemido. De este modo fueron apareciendo paulatinamente los seres humanos que poblaron la tierra y se esparcieron por todas partes
Nü Wa quiso entonces que se propagara la especie, para lo cual les enseñó a los seres humanos a contraer matrimonio, animándolos a que se amaran, engendraran hijos y fundaran familias. Es por ello que fue conocida en la remota antigüedad como la "diosa casamentera".
Habían transcurrido ya muchos años desde la creación del hombre, cuando se produjo un hecho insólito: Gong Gong, el dios del agua, y Zhu Rong, el dios del fuego, se trenzaron en un combate encarnizado, a causa del cual se desplomó el cielo y la tierra dio un vuelco. Los seres humanos sufrieron por ello una catástrofe que casi los extermina.
Todo sucedió así: Gong Gong, quien era un dios tiránico y caprichoso, ambicionaba ser el amo y señor del cielo y la tierra. Pero tenía un enemigo mortal: el irascible y feroz Zhu Rong, quien también codiciaba gobernar al mundo.
Gong Gong tenía dos cortesanos. El primero de ellos, Xiang Liu, era un individuo cruel y mezquino, cuya figura repugnaba a la vista pues su cuerpo era de serpiente, de color azulado, y tenía nueve cabezas con rostro humano. El segundo, Fu You, era un malhechor que merodeaba por todas partes recurriendo a la violencia y a la extorsión. El dios del agua tenía además un hijo. Este, al igual que su padre, también era un bribón, ambicioso, y cometía toda clase de fechorías. Estos tres sujetos siempre le sirvieron de cómplices a Gong Gong en todas sus atrocidades y, como era de esperarse, participaron en la pelea contra Zhu Rong
El día en que se produjo el combate, Gong Gong llegó con sus cómplices en un barco para atacar a Zhu Rong, levantando las olas y el viento para hacer ostentación de su poderío militar. Pero, Zhu Rong no se dejó intimidar. Al ver la superioridad numérica de Gong Gong, adoptó un aire de impotencia y retrocedió con el propósito de atraer a los enemigos a tierra firme. Entonces, les lanzó bocanadas de fuego y de humo, cercándolos. Como resultado, Xiang Liu fue muerto y Fu You recibió quemaduras en todo el cuerpo. Este, haciendo un esfuerzo, rompió el cerco de llamas y se arrojó al río Huai, donde finalmente murió a causa de la gravedad de las quemaduras. El hijo de Gong Gong, quien a la hora de la verdad era un incapaz para el combate, quedó paralizado por el terror que le causó la escena, motivo por el cual su padre 1o partió de un solo tajo. Habiendo sufrido tantas pérdidas, y al no estar en condiciones de combatir, el dios del agua se vio obligado a retirarse.
Pero el arrogante Gong Gong no pudo tolerar esa derrota ignominiosa. Avergonzado y enfadado a la vez, tuvo un arranque de ira en el cual arremetió contra la montaña Buzhou, con tanta fuerza, que una de las columnas que sostenían al cielo se desplomó. Según se dice, había cuatro enormes columnas de piedra que sostenían la bóveda celeste bajo la cual los seres humanos vivían pacíficamente en la tierra.
Al quedar destruida esta columna, que le servía al cielo como soporte en el noroeste, una parte de aquél se desprendió, apareciendo en él un gran agujero. Se produjo un gran choque y la tierra dio un vuelco. Las aguas brotaron de su centro y se desbordaron los ríos, lagos y mares, quedando convertida aquélla en un vasto océano cuyas olas rozaban al cielo. Al chocar las piedras, se produjeron chispas que incendiaron los bosques, convirtiéndolos en un mar de fuego. Los animales tuvieron que salir en estampida azotando gravemente a los seres humanos. ¡Era un espectáculo aterrador! En verdad, el mundo se había convertido en aquel entonces en un infierno, como lo propagan los mitos.
Nü Wa, creadora y madre bondadosa de los seres humanos, se sintió conmovida al ver esta situación y decidió restaurar el cielo para que sus hijos y nietos pudieran continuar viviendo.
La diosa, que estaba en el centro de la tierra, miró en derredor y trazó un plan, después de meditar un poco. Recogió muchas piedre-citas de distintos colores y las fundió con el fuego, creando una masa con la cual remendó el cielo. Además, quemó gran cantidad de juncos y con las cenizas de éstos rellenó las grietas que se habían producido después de que la tierra se había volteado. En aquella época, las bestias feroces y los pájaros gigantes devoraban a los seres humanos en todas partes. Nü Wa mató primero al dragón negro que venía maltratando desde hacía tiempo a los moradores de la llanura de Jizhou. Esto aterrorizó a las demás bestias, las cuales huyeron en desbandada a lo profundo de las montañas, sin atreverse a salir de allí. Finalmente la humanidad se había salvado de esta catástrofe.
Sin embargo, el cielo ya no era como antes: había quedado inclinado hacia el noroeste, por donde se ocultaban el sol, la luna y las estrellas. Después del cataclismo, la tierra también cambió de posición, inclinándose un poco hacia el sureste. Por eso, a partir de ese momento, los ríos corren en esa dirección.
Pero tal cambio no ejerció ninguna influencia sobre la vida de los seres humanos; por el contrario, precisamente debido al movimiento del sol, la luna y las estrellas, aparecieron en la tierra las distintas estaciones: la primavera, el verano, el otoño y el invierno; y la división del día y la noche. Justamente, debido a que las aguas de los ríos corrían ininterrumpidamente hacia el sureste e irrigaban a ambos lados grandes extensiones de tierra, la hierba y los árboles crecieron exuberantemente y hubo cosechas abundantes de cereales. En fin de cuentas, la humanidad no fue la única en beneficiarse: la tierra se volvió más próspera y pintoresca.
Al cumplir todo esto, Nü Wa montó en un dragón y, atravesando las nubes, se dirigió hacia el imperio celestial para reverenciar al Soberano del Cielo e informarle detalladamente sobre lo que había hecho. No obstante, éste no mostró ni asomo de alegría. Por el contrario, pensó que, al haber aparecido el hombre, el único ser dotado de inteligencia, éste, con su sabiduría y habilidad aprendería a cambiar el cielo y la tierra, crearía lo nuevo y, finalmente, llegaría a ser el dueño de todo el universo. Para entonces, su autoridad divina se vería seriamente amenazada.
Sin embargo, como el Soberano del Cielo no podía expresar sus pensamientos a Nü Wa, sólo aprobó con la cabeza, diciendo:
¡Actúe como le plazca!
Mas Nü Wa no compartía esta idea ni se jactaba de haber creado al hombre y restaurado el cielo. Sus preferencias estaban por los hijos que había creado con sus propias manos y se preocupaba porque siempre fueran felices. Por todo esto, las siguientes generaciones de seres humanos mostraron su agradecimiento a su bondadosa madre, cuya imagen quedó grabada para siempre en el corazón de sus descendientes
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