La Cueva de la Flauta de Caña (Red Flute Cave), próxima a la ciudad de Guilin, en la región autónoma de Guangxi Zhuang, en el sudeste de China, bien podría ser una Capilla Sixtina completamente natural.
Su nombre se debe a las cañas de bambú que crecen en la entrada de la cueva, de las que se fabricaban flautas que todavía hoy podéis comprar por unos pocos yuanes. Pero esta gruta de 240 metros de profundidad, que fue descubierta durante la dinastía Tang hace casi 1.300 años, no es popular por sus cañas, ni tampoco por sus dimensiones, lo suficientemente grandes como para que durante los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial sirviera como refugio de alrededor de 1.000 personas, sino por su techo y sus paredes, que son algo así como la versión desdibujada y chillona de las cuevas de Altamira
Del techo fluyen literalmente colores, gota a gota. Un techo que sostiene un río. El agua se cuela entre la roca caliza. Y finalmente aparece originando formas caprichosas, creando estalagtitas, estalagmitas y otras formaciones que parecen cascadas pétreas y que han sido bautizados con nombres tan gráficos como La Montaña de Fruta, el Palacio de Cristal, la Flor, la Pagoda del Dragón oel Bosque.
Para reforzar estas imágenes, la cueva está iluminada convenientemente con luces de colores, que tintan las paredes y techos de púrpura, de rosa pastel, de verde o de azul, dotando al lugar de un ambiente como de castillo místico (no en vano, a la caverna también se la conoce con el nombre dePalacio del arte de la naturaleza), aunque hay quienes opinan que esta injerencia artificial le hace perder encanto natural a la gruta. Y es que al contemplar este código simple de colores planos, uno no puede evitar acordarse de aquel mítico juego de mesa de los años 1980 llamado Simón.
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